lunes, 31 de diciembre de 2012

El frío, las tragedias y el pánico me traen todo aquello que di por perdido




Frío. No ese frío que te hiela las manos y te congela la memoria, sino ese frío que te abrasa lentamente como si su único propósito estuviese conspirando con el punto exacto en el que tus fuerzas piden un respiro. Ese respiro que nos pedimos todos alguna vez cuando ya hemos perdido tanto que tampoco vamos a estar dispuestos a ganar algo que quizá se vaya tan pronto como vino.  Somos como esa flecha que atraviesa todos los momentos por los que dimos algo de nosotros, una pequeña parte que nunca regresará y que echamos de menos constantemente, esa porción de nosotros mismos que nos ayuda a decir quiénes somos cuando nadie más puede hacerlo.

Nadie diría que has pasado una tragedia o una historia para no olvidar. Eso solo pasa cuando lo arriesgas todo pensando que te quedarás completamente solo si no lo haces. Como si fuera la última batalla que estás dispuesta a librar por una vida de la que aún no conoces la mitad. Como si estuvieses predestinada a sentir la tristeza de otros porque la tuya es demasiado grande para soportarla todos los días, como si el punto más brillante se encontrase en las historias que más te hicieron sufrir. Las mejores historias son aquellas que sólo estamos dispuestas a contar sin contarlas del todo.

La calma me da pánico. Un pánico que ya he sentido en más de una ocasión y que amenaza con decir hasta que punto no está dispuesto a dejarme respirar. Son tan sólo aquellos espacios de tiempo en los que puedes perder la razón aconteciendo un recuerdo que te dejó de pertenecer cuando decidiste olvidarlo.
No quiero ser ese pedazo de recuerdo que olvido cada vez que consigo echar una mirada hacia atrás. Como si lo de delante no fuese demasiado difícil.
Aun creo que el frío, las tragedias y el pánico me traen todo aquello que di por perdido.

jueves, 27 de diciembre de 2012

La brújula del cielo III



Cuando Pyx abrió los ojos nada parecía real. Se encontraba tumbada en una cama pequeña pero acogedora, arropada con una finísima sábana que hacía cosquillas contra su piel , la almohada olía a menta. Allí se sentía en paz, estaba tranquila. Sentía el calor de la lumbre en sus pies y la calidez del ambiente. Se incorporó con suavidad y se quedó mirando fijamente cada parte de aquella pequeña cabaña. Realmente no había mucho mobiliario, pero era cálida y agradable, tenía dos sillones alrededor del fuego, dos puertas  al fondo y una pequeña cocina al otro lado de la chimenea. Qué curioso. Nunca había estado en un sitio así. Claro que sabía lo que eran, pero como todo, desde arriba. Demasiado arriba.
Una figura se encontraba tumbada en uno de los sillones. Con el brazo puesto encima de la cabeza y los pies lejos del fuego. Su respiración acompasaba a la de las llamas. Que espectáculo tan increíblemente extraño
.
-¿Te sientes mejor?-susurró la voz. Pyx dio un respingo y se mantuvo quieta.
-Sí-murmuró- Mucho mejor. Gracias por acogerme…emm…
-Inar-habló esta vez la voz con más fuerza incorporándose y mirando fijamente a la pequeña estrella- Me llamo Inar, ¿no lo recuerdas?

Pyx lo recordaba, pero quizá no sabía si debía fiarse de aquel chico. Sabía lo que les ocurría a las estrellas que habían escapado del cielo y se habían fugado a algún planeta cercano. No quería ser una de esas criaturas maltratadas, no se había dado la oportunidad que había estado esperando toda su vida para sufrir más. Se haría un poco la tonta, quizá aquel chico no necesitase saber más. En primer lugar no le diría su verdadero nombre, se inventaría uno, cualquiera. Pyx no era muy apropiado.

-No lo cierto es que no te recuerdo-contestó Pyx-Recuerdo que me desmayé…o me quedé dormida o algo así pero no recuerdo más.
-Sí-murmuró Inar frunciendo el ceño- Algo así. ¿Cuál es tu nombre?

Inar lo sabía, sabía lo que pretendía aquella estrella. Quería ver hasta dónde podía llegar.
Pyx se sobresaltó. Tenía que pensar rápido o no sería capaz de disimularlo.

-Gwen- la lengua se le trabó pero volvió a repetirlo- Mi nombre es Gwen.
-¿Asique Gwen eh?- soltó Inar sonriendo- Vaya, me gusta. Te sienta bien.

Pyx se sintió desconcertada. Parecía que él lo sabía, que le estaba mintiendo…pero aun así, aún así le parecía gracioso. Inar se acercó a ella, muy despacio y se sentó al otro lado de la cama. Pyx le observó con curiosidad. Vaya. Sí que era atractivo ese humano. Ojos de un intenso verde-azulado, cabello de un débil castaño claro, demasiado fino y rebelde y fuerte. Parecía estar en forma.

-¿Tienes miedo verdad, Pyx?
-¿Qué?

Sabía su nombre. Sintió pánico y se alejó hasta la puerta de salida.

-Pyx , tranquila- Inar se acercaba a ella con un tono conciliador- No te voy a hacer daño, y tampoco pretendo confundirte…

-¿Qué quieres? Dime…-Pyx acercó su mano al picaporte y lo asió con fuerza- ¿Por qué me miras así?
-¿Así?, ¿así como?- Inar se encontraba frente a frente con la pequeña estrella, ahora estaba mucho más serio que antes, levantó una de sus manos pero no la tocó- ¿No te acuerdas de mí, verdad?. Lo entiendo, ha pasado demasiado tiempo…

-¿Conocerte?-Pyx estaba confundida- No te he visto en mi vida. No te acerques a mí…
-Haz memoria Pyx, por favor, recuerda…

-Aléjate de mí, humano- Pyx abrió la puerta y salió corriendo de la casa. Afuera estaba oscuro, ya era de noche, una noche demasiado clara. Cuando la noche tocó su piel, sus ojos y sus cabellos  tornaron a los originales. Brillando como una luz en plena tormenta. Miró hacia atrás, pero Inar la miraba desde el marco de la puerta, con una admiración y tristeza infinita.

martes, 25 de diciembre de 2012

La brújula del cielo II



No había imaginado que haría tanto frío aquella noche. Sabía que eran los copos de nieve, desde arriba los había visto caer y adherirse a la superficie de la tierra pero nunca los había podido tocar. Le gustaban. Ahora podría experimentar de mil formas diferentes.

Pyx deambuló durante un par de horas hasta acercarse a un manantial de agua cristalina. Quería ver el aspecto que tenía, si era tan humano como ella creía. Se acercó con cautela y se quedó mirando su reflejo. Brillaba. No de la forma que brillaría una estrella. Claro que no. Pero su piel tenía destellos brillantes. Eso no era para nada humano. Su pelo era de un blanco-azulado muy extraño, era muy largo y le daba un aspecto místico que la asustó durante unos instantes. Tenía los ojos muy claros, de un color que no llegó a identificar. Toda ella era menuda e insignificante.
Dio un par de pasos hacia atrás y levantó la vista. Había oído un pequeño ruido al otro lado del manantial, pero no lograba identificar que era. Era un sonido gutural, muy fuerte, y parecía tremendamente enfadado. Pyx podía oír su respiración acelerada, enfurecida y sintió miedo y alivio, un sentimiento que no era capaz de explicar. Se dejó llevar por el miedo y salió corriendo, todo lo deprisa que podía. Quería llegar al acantilado de nuevo, en el bosque no lograba ver el cielo y eso la desquiciaba. Corrió y corrió hasta que llegó a los límites del bosque. No había llegado al acantilado sino que se detuvo en medio de una carretera. Vió un coche que se acercaba a ella muy deprisa,  Pyx cruzó el asfalto y siguió corriendo.  Para cuando sus piernas ya no respondían llegó a un claro. Podía ver una pequeña casita en uno de sus extremos pero estaba demasiado cansada para prestarle atención. La noche había llegado a su fin, las demás estrellas iban desapareciendo en el cielo y en su lugar se alzaba el sol, majestuoso. El aspecto de Pyx comenzó a cambiar. Su pelo tornó en un castaño pálido, el brillo de su cuerpo se transformó en un color opaco y sin vida y sus ojos dejaron de brillar y encerraron la noche en ellos, parecía de un azul muy oscuro casi antinatural. Estaba cansada, necesitaba dormir. Se acercó a la casa e intentó buscar un lugar para guarecerse durante un rato para volver a levantarse al anochecer.
Una figura la estuvo observando durante todo aquel rato. Se fijó en sus movimientos, en su forma de caminar. En el titubeo de sus pies al acercarse a la valla de la casa y abrirla. Era una fugitiva, y él lo sabía. Se acercó con cautela para no asustarla y la tocó el hombro con suavidad. Pyx se dio la vuelta con rapidez y puso un par de pasos de por medio entre aquél extraño y ella.

-Tranquila, pequeña- susurró la voz- No te haré daño, de verdad.
-¿Quién eres?-murmuró Pyx con los ojos casi cerrados. No podía soportar la luz del sol, el sueño se apoderaba de cada parte de su cuerpo. No podía dormirse en aquel momento. No podía.
-Mi nombre es Inar, tranquila, de verdad, no te haré daño…
Su voz se fue perdiendo en la memoria de Pyx a medida que iba cayendo lentamente. Se fijó en lo familiar que le resultaba aquel chico. Con sus ojos de un profundo verde-azulado. Antes de quedarse totalmente dormida murmuró su nombre, muy bajito y casi apenas inteligible.
-Pyx...yo soy…
Inar la cogió entre sus brazos antes de tocar el suelo y se quedó mirando a la frágil criatura. Sonrió con tristeza
-Tú eres…la brújula del cielo.
Terminando la frase de la pequeña estrella la introdujo dentro de la casa y veló por ella hasta que la noche volvió a apoderarse de ellos.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

La brújula del cielo



Nadie se atreve a vivir la vida demasiado enserio. Sólo necesitamos creer que las cosas nunca van tan mal como parece. Hay personas que no podrían soportar darse cuenta de que su vida no es como esperaban, que sólo se ha convertido en esa forma de necesitar a todo el mundo para luego echarlo sin tan siquiera preguntar.

El mar no parecía tan enorme desde allí arriba. Parecía que le gustaba batallar consigo mismo. Se enfurecía y embravecía todas las noches cuando a la luna parecía no importarle nada. Esa noche realmente era más oscura de lo normal, pero apenas parecía importarle. Pyx se sentía sola. Siempre se había sentido así. Ella guiaba a aquellos que se perdían en la noche, aquellos que se perdían en su oscuridad, aquellos que no encontraban la paz en las cosas mundanas que estaban dispuestos a estar más de media vida perdidos sin apenas importarles. Pyx sentía compasión por ellos. Se había pasado toda su vida funcionando como una brújula, indicando el camino correcto pero…¿Cuál era su camino? ¿Acaso eso importaba? ¿Podría importarle?.
Había decidido hacía mucho escaparse. Sabía cómo hacerlo pero no sabía si podría volver o si permitirían que volviese. Las estrellas como ella se pasaban toda su eternidad contemplando mundos insignificantes. Guerras que destruían esos mundos y los convertían en cenizas.
También contemplaban la muerte de otras estrellas. Cuando eso ocurría Pyx cerraba los ojos. Era demasiado doloroso ver que su brillo más fuerte sólo ocurría cuando dejaban de existir. Ella no estaba dispuesta a ser la estela de un recuerdo que seguramente nadie recordaría. Ella quería conocer mundo, quería salir de la oscuridad. Y encontró el mundo perfecto para ello.
La Tierra no era demasiado grande y tampoco demasiado bonita, pero le gustaba. Los humanos eran seres extraordinarios y muchos de ellos las observaban todas las noches, pero no las veían. Sólo eran capaces de ver puntos de luces brillantes. Únicamente veían eso. Era triste ser reducida únicamente a un punto de luz insignificante en todo el espacio.
Estaba decidido. Aquella noche se escaparía. La Luna brillaba con fuerza, con mucha fuerza aquella noche. Las estrellas se dispersaban alrededor de ella , brillando aquella noche más que nunca. Nadie repararía en Pyx, de eso estaba segura.
Pyx cerró los ojos con fuerza, con mucha fuerza. Poco a poco su luz se iba apagando, se iba haciendo más tenue, más pálida. Sabía que cuando estuviese a punto de apagarse debía abrir los ojos y descender con suavidad. Estaba temblando. Tenía miedo, muchísimo miedo.
Poco a poco fue abriendo los ojos. El momento casi había llegado y comenzó a descender. Tenía un frío. Su luz era demasiado inerte y su corazón estaba a punto de detenerse cuando sus pies tocaron la superficie. Tomo una gran bocanada de aire y abrió los ojos del todo. Se encontraba en una gran piedra, parecía un acantilado. Podía ver el mar furioso a sus pies, pero no sintió miedo. Se preguntó qué aspecto tendría como humana, si quizá sólo parecía un ser sobrenatural que no sería capaz de encajar con ellos. Pero dio media vuelta y se internó en el bosque que había a su alrededor sin mirar al cielo.

martes, 18 de diciembre de 2012

Las tragedias incontrolables



Vives tu vida a sabiendas de seguramente la mitad de que toda ella no será importante de aquí en unos días. Que todo lo que vives se reduce a no ser quien eres y a hacer lo que más miedo te da:  Superviviente-Sobrevivir. 

Hay tragedias que pasan dentro de tu vida y amenazan con hacerte explotar en mil pedazos tan insignificantes asegurándose de que nunca sepas bien dónde va cada parte de ti: Nunca volverás a funcionar bien.

 Otras tragedias pasan fuera de tu vida, explotan delante de tus ojos y te dejan a oscuras durante un tiempo, el suficiente para darte cuenta que incluso la luz puede resultar tenebrosa y dolorosa. Como una ducha de agua fría: La verdad aunque sea necesaria, duele.


Y por último quedan ese tipo de tragedias que nunca llegan a pasar. Que esperan delante de ti, intentando desquebrajarte desde lejos. Haciéndote daño sólo porque nunca te has atrevido a cumplir tus sueños. Ese tipo de tragedias que sólo ocurren cuando lo último que te queda por hacer es arriesgarse